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La practica antiopresiva en contexto de trabajo social clínico

Las prácticas tradicionales del trabajo social clínico han sido históricamente fundamentadas desde un modelo médico tradicional y orientado hacia el diagnóstico de necesidades, identificación de problemas a nivel individual y familiar en salud mental y el abordaje de demandas sociales por medio de la intervención social diseñada por el terapeuta en rol de experto. Asimismo, la formación basada en los enfoques tradicionales preparan a profesionales de trabajo social a enfocarse en el quehacer concreto, es decir en “el qué, dónde y cómo” y a articular las intervenciones desde el trinomio de la metodología de evaluación, diagnostico social y la intervención terapéutica para realizar cambios sociales liderados por profesionales de trabajo social que se posicionan en agentes de cambio formados desde lo académico y profesional para generar cambios a nivel individual, familiar y contextual en pos de las personas que participan de servicios sociales.


Los enfoques contemporáneos de trabajo social, en particular la práctica antiopresiva, postula que además de la relevancia del “qué, dónde y cómo” de la intervención social-mirada que no favorece la práctica reflexiva en el terapeuta al orientarse en metodologías que se limitan al accionar concreto- destaca la necesidad de realizar una reflexión paralela que considere “desde dónde nos paramos a mirar” o nos posicionamos a observar la intervención como terapeutas a objeto de mitigar las diferencias de poder y evitar replicar dinámicas discriminatorias presentes el setting terapéutico, además de promover la auto reflexión sobre los prejuicios y sesgos que interfieren con el proceso terapéutico. En este sentido la práctica antiopresiva promueve el empoderamiento de las personas usuarias como una estrategia niveladora de diferencias de poder por medio de un marco teórico sustentado en la formación de sujetos sociales activos capaces de generar cambios desde un enfoque de recursos, postulando que la persona empoderada es y siempre será experto en su vida, su familia y contexto, cuestionando el rol de terapeuta experto.


En cuanto al trabajo social clínico, la práctica antiopresiva propone que los antecedentes de trauma, problemas de salud mental, consumo problemático de sustancias, violencia intrafamiliar y vulnerabilidad social entre otras condiciones, transcienden el espacio privado de lo individual y familiar a un espacio público, político y social, al mismo tiempo reconociendo que las divisiones sociales y las inequidades estructurales en la sociedad generan formas de discriminación y opresión en contra de ciertas categoría binarias fundamentadas en construcciones sociales basadas en el género, rango etario, clase social, capacidades físicas, orientación sexual y grupo étnico. Como postula Dominelli, Young y Mullaly, la practica antiopresiva busca reducir los efectos devastadores de las diferencias estructurales en el diario vivir de las personas por medio de sesiones terapéuticas que permitan el desarrollo de estrategias de empoderamiento, criticando la influencia que las construcciones sociales anteriormente mencionadas ejercen sobre las desigualdades entre el poder y los privilegios que han sido perpetuados históricamente en ciertos grupos y en la sociedad actual de forma silenciosa, al punto que no son cuestionados al formar parte del tejido de nuestra sociedad por medio de la normalización e internalización por la sociedad en general.


Al considerar lo anterior expuesto, el trabajo social clínico desde una mirada antiopresiva desafía al profesional a incorporar una mirada reflexiva y comprensiva al realizar una intervención terapéutica. Por ejemplo, se considera que no estaríamos frente a una madre irresponsable que no adhiere al proceso terapéutico sin lograr visualizar las necesidades de su hija por “competencias marentales descendidas”, si no que estaríamos frente a una persona de una categoría social desventajada, discriminada y golpeada por un sistema opresor de desigualdades estructurales, transgeneracionales e históricas que han resultado en deterioro significativo de sus habilidades como madre. En este sentido cabe mencionar que según lo postulado, las personas usuarias son víctimas de múltiples opresiones estructurales, enunciadas por Iris Young como las cinco caras de la opresión (Explotación, Marginación, Carencia de Poder, Imperialismo Cultural y Violencia) que afectan el diario vivir e interfirieren con el desarrollo de la identidad, estados de salud mental y emocionales, auto-concepto y autoestima, capacidad de resolver de conflictos, dinámicas familiares y la interpretación de eventos, entre otros. Sin duda el terapeuta que incorpora la práctica antiopresiva dentro de sus estrategias de intervención logra mantener una mirada reflexiva y empática que promueve la articulación de intervenciones desde el empoderamiento de la persona como sujeto activo y agente de cambio personal, considerando sus posibilidades y recursos.


La mirada antiopresiva o “ponerse lentes de la antiopresión” favorece la terapia complementada por un proceso de autoconocimiento sobre los prejuicios del terapeuta que frecuentemente mantienen y reproducen la opresión y discriminación estructural dentro del quehacer del trabajo social clínico. Lo anterior permite el cuestionamiento en cuanto al rol de experto que se le asigna al terapeuta y los privilegios que esto conlleva, destacando las diferencias de poder entre profesional y persona usuario que se replican en la cotidianidad del trabajo social clínico. Las practicas opresivas fundamentadas en las construcciones sociales opresivas se mantienen y son replicadas por terapeutas en instituciones gubernamentales o colaboradoras de forma regular, por ejemplo, al no resguardar el derecho a la privacidad de los personas usuarias, gestionar planes de intervención sin su participación o consentimiento , escribir informes a tribunales con metodologías no participativas, realizar coordinaciones con instituciones de la red sin previo consentimiento de la persona usuaria, diseñar objetivos que satisfacen las necesidades profesionales del terapeuta y no las de la persona usuaria, entre muchas otras.


El trabajo social clínico se realiza tradicionalmente desde un enfoque médico limitando un contexto de mayor reflexión por parte del terapeuta en cuanto a estrategias de empoderamiento de la persona usuaria, sino que las mantiene en un rol pasivo de paciente que “tiene algo malo” y requiere de un experto para “arreglar su vida”. Las consecuencias del desempoderamiento generado por profesionales del trabajo social clínico al no generar reflexiones críticas sobre conductas que replican la opresión son devastadoras a nivel individual, familiar y social causando la revictimización por medio de la mantención del desempoderamiento de ciertos grupos. Los efectos negativos se agudizan al considerar que los sistemas de servicios sociales se centran en y culpabilizan a la persona por sus problemas sociales, excluyendo los efectos generados por las opresiones estructurales mencionadas, no logrando activar estrategias que activen los recursos de las personas usuarias y generando doble revictimización por parte de profesionales y las instituciones.


La práctica antiopresiva ofrece una perspectiva contemporánea de trabajo social que promueve la reflexión crítica y la compresión sobre los efectos de la opresión estructural en las personas y familias con quienes trabajamos, con el fin de incorporar en nuestra práctica estrategias de empoderamiento que permitan abordar el tema de poder y privilegio, reconocer las barreras estructurales que contribuyen a desafíos para ciertos grupos sociales, destacar las fortalezas y recursos de las personas y apoyar el empoderamiento a nivel individual, familiar y social.



 

Elizabeth Paola Grondón


Residente en Chile. Bachelor of Science (B.Sc.), Major Psychology, Bachelor of Social Work with Honors (BSW) y Master of Social Work (MSW), Mental Health Specialization. Formada en la Universidad de Toronto y la Universidad de York, Canadá, con internados profesionales en el Centro de Adiciones y Salud Mental e instituciones públicas en el área de salud mental, trauma y adiciones. Actualmente se desempeña como Trabajadora Social en un programa de reparación de abuso sexual y maltrato grave con niños, niñas y adolescentes en Viña del Mar.


Profesional con más de 15 años de experiencia en intervenciones terapéuticas en instituciones públicas y privadas en el área de salud mental, consumo problemático y reparación de experiencias traumáticas. Experiencia profesional en diversas áreas de la salud mental como Trabajadora Social Clínica y psicoterapeuta con enfoque anti-opresor, feminista, centrado en los recursos y en las personas.




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